Todos tenemos riesgo a infectarnos. Tan sólo se trata de diferencias en las probabilidades de contraer esta terrible enfermedad. La transmisión del sida está generalmente asociada a una serie de comportamientos de riesgo que se pueden evitar o al menos reducir.
Indudablemente, un hijo nacido de una madre infectada tiene riesgo de
contraer el sida durante el embarazo y sobre todo durante el parto. Existen
tratamientos para la madre que reducen enormemente la posibilidad de este
contagio. Posteriormente, si el niño nace sin la infección, la madre deberá
tomar con él las mismas precauciones que con el resto de su familia si
exceptuamos el que no podrá amamantarle (el virus también se elimina por
la leche materna) y deberá ser algo más cuidadosa dado el contacto íntimo
madre-hijo durante los primeros años de vida.
El contacto directo entre la sangre de un enfermo y una persona sana es otra vía de contagio. En el ambiente hospitalario esta posibilidad es prácticamente nula dados los estrictos controles existentes en la actualidad, la esterilización de todos los materiales y el análisis sistemático de todas las trasfusiones.
Sin embargo, en el entorno doméstico sí es necesario tomar una serie de precauciones. Un cepillo de dientes compartido o una cuchilla de afeitar reutilizada pueden ser portadores de restos de sangre del enfermo que entre en contacto con la nuestra mediante un corte al afeitarnos o una herida en las encías.
A pesar del miedo razonable ante la posibilidad de contagio, hay que huir de comportamientos obsesivos. El contagio es difícil si tomamos precauciones razonables como no embarcarnos en relaciones sexuales esporádicas sin utilizar preservativo y mantener unas normas básicas de utensilios no compartidos en el hogar. Todas estas pautas de prevención serán desarrolladas con más detalles en próximos especiales.
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